martes, agosto 31

dragonfly

Nace una imagen nueva y se viene a la mente un personaje que llega a mi ventana cada vez con menos frecuencia. La primera vez, hace ya 5 años o más, tendido yo en mi cama sin hacer nada; o bueno....haciendo precisamente eso: tenderme en mi cama.

Thom Yorke que me mira inmóvil y con seriedad desde la pared. Los ronquidos de mi perro que se suceden con un ritmo bastante afinado y me quedo pensando que con unas horas en un estudio de grabación, fácilmente podrían remplazar a Tom Waits si algún día anuncia su desgraciada muerte.


Un ruidito como una piedra que golpea en el vidrio; el único que hay, a la derecha de la cama, que va a dar a un patio al aire libre. Abro la ventana y algo como una mancha leve entra rauda y se enreda en las cortinas. Jacobo ladra tan valiente como asustado, buscando el culpable, mientras yo hago lo propio, tan curioso como asustado.


Por fin encuentro a la acusada y la veo a los ojos; tan asustada como nosotros dos, se retuerce, la cortina haciendo las veces de mortal tela de araña. Un azul metálico que brillaría en la oscuridad, y unos ojos verdes fosforescentes (en realidad millones de ellos) que me miran como pidiendo piedad. Cuatro alas que ya se rinden de cansancio y dejan de batirse poco a poco . Me acerco con cuidado, en silencio, como intentando que mi mano gigantesca no parezca la mano justiciera de Dios. Ella se rinde y me deja tomarla; permanece inmóvil y aprovecho para verla más de cerca, sentirla como papel celofán en la piel, tan frágil como perturbadora. Hermosa en todo sentido, perfecta como cada una de sus partes. Sigue sin musitar movimiento y creo darla por muerta. Salgo al patio con la mano abierta, pensando en la vez que ví una película donde mostraban portaaviones y cohetes con plataforma de lanzamiento. Confirmo mi diagnóstico sintiéndome culpable y se me arruga algo adentro. Mientras voy decidiendo si la pongo en un marco o si soy más respetuoso y le doy una sepultura adecuada, se enciende un cosquilleo en mi mano y tan rápido como entró, vuela resucitada.


Un año despúes, algo embriagado, entro a mi habitación y ella me está esperando en las persianas, tan inmóvil como aquella vez.


Cuatro o cinco veces ha venido en señal de agradecimiento, devoción o venganza. La última vez cambió su lugar de encuentro por la puerta principal de casa. Tarde en la noche, mientras busco las llaves, la veo ahí tan azul como siempre, como si no le pasaran los años, posada en la aldaba como llamando a la puerta.


Me he preguntado si es por la casa o por mi. Cuando ya no esté aquí la duda quedará resuelta. Igual lo que importa que es que no se haya olvidado de mi.


Si lo pienso bien, soy la libélula que se estrella en tus ventanas; la dejas entrar, me quedo inmóvil y escapo con el poder de volar recuperado. Y regreso, igual que siempre.

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