lunes, enero 24

Inertiatic Esp

La desdicha de no saber y tener que obrar porque hay que darle un contenido al tiempo que apremia y sigue pasando sin esperarnos, vamos más lentos: decidir sin saber, actuar sin saber y por tanto previendo, la mayor y más común desgracia, previendo lo que viene luego, percibida normalmente como desgracia menor, pero percibida por todos a diario. 


Algo a lo que se habitúa uno, no le hacemos mucho caso.


J. Marías.

jueves, enero 20

quiero

Esperar son los tres puntos suspensivos entre paréntesis que encuentras en medio de un párrafo que sabes que quieres leer hasta el final.   

Pero te estrellas con un muro de segundos desperdiciados de inactividad.  Quedas atrapado en pura potencia, en el deseo de, el anhelo, la hipótesis, la parte de, la espera, la insatisfacción.

Como pasa en una cita parafraseada, se dejan de decir cosas, se omiten las palabras, se elije ese específico fragmento y no el todo; se escoge solo lo aparentemente importante, intentando no perder el argumento. Ahora, no es lo mismo decir quiero a decir quiso.

Esperar, hoy, es acercarse al primer plano de cada punto en suspenso y poner atención a lo que suena, mientras el párrafo se decide a continuar.

miércoles, enero 19

blanco sobre negro

El vestido-bandera, brazos-asta.
Blanco.

El vestido. Jamás la he visto forrada de algo que no fuera oscuro y cerrado. Hoy, esta mañana, hace apenas un momento,  después de una larga indecisión, se miró al espejo. Fue al baño, repitió cada paso higiénico de rutina, en ese pequeño rectángulo de baldosas blancas. Volvió a mirarse, con el pelo húmedo y suelto. Se tragó su aliento bloqueando un suspiro, tratando de desfigurar esa imagen que se devolvía distorsionada.


Esa Otra abrió el armario infestado de telas negras y buscó el color de ese vestido entre las sombras. Y es posible asegurar que esa Otra es la que ahora mira por la ventana fumando y aunando razones para volver a ser ella. Para regresar. Para dejar de necesitarme. De quererme, quizás.

Podría asegurarlo. Pero no quiero.

martes, enero 18

Litany

“You are the bread and the knife,
the crystal goblet and the wine.
You are the dew on the morning grass
and the burning wheel of the sun.
You are the white apron of the baker,
and the marsh birds suddenly in flight.

However, you are not the wind in the orchard,
the plums on the counter,
or the house of cards.
And you are certainly not the pine-scented air.
There is just no way that you are the pine-scented air.

It is possible that you are the fish under the bridge,
maybe even the pigeon on the general’s head,
but you are not even close
to being the field of cornflowers at dusk.

And a quick look in the mirror will show
that you are neither the boots in the corner
nor the boat asleep in its boathouse.

It might interest you to know,
speaking of the plentiful imagery of the world,
that I am the sound of rain on the roof.

I also happen to be the shooting star,
the evening paper blowing down an alley
and the basket of chestnuts on the kitchen table.

I am also the moon in the trees
and the blind woman’s tea cup.
But don’t worry, I’m not the bread and the knife.
You are still the bread and the knife.
You will always be the bread and the knife,
not to mention the crystal goblet and—somehow—the wine.”

Billy Collins.

lunes, enero 17

sueño, mar

Sentada en el borde de la silla, mirando hacia la ventana, viendo llover.  Un soplo de aire salado hace ruido con las persianas y le hace entrecerrar los ojos.

Son las cinco de la tarde, y la luz amarillenta le dibuja rayas en la ropa.  Desde la puerta, yo esperando a que se de cuenta que estoy ahí parado.

La miro en encuadres cortos; los pies, descalzos, que hacen fuerza para balancear la silla, descansando en un charco que crece hasta llegar casi a la puerta. Otra imagen recortada registra su rodilla derecha, nudosa, blanca, tocando la pared bajo la ventana. El aire que entra a la habitación le levanta el vestido con paciencia. Un poco más arriba, un poco más blanco.  La habitación se hace más pequeña. Sólo el sonido lejano del agua y el golpe casi imperceptible de los listones de las persianas. Y su respiración. Doy un paso en silencio, y quedo exactamente a dos de su espalda. Tiene el pelo recogido y alto; puedo ver su nuca roja y sus vértebras sobresaliendo. Huele a sal y a canela. El olor que la anuncia cuando llega. Estando así de cerca ahora es el sonido de la silla crujiendo y de las gotas que caen de ella con cada movimiento. 

Cierro los ojos y ahora está sentada de frente, mirándome, las arrugas como un paréntesis de boca y dientes.

De regreso, la veo levantarse despacio, con dificultad, haciendo llover el vestido oscuro sobre la silla.