Costumbre construida o condición intrínseca.
Blanco vibrante. Negro grave.
Rojo intenso. Azul lento.
Amarillo agudo. Verde melancólico.
Violeta rítmico. Naranja frenético.
Lugar, composición, paleta, un sujeto inerme: usted, y el espía carcelero: usted; y entonces la cárcel plana, el congelador líquido hirviente, el reo inmóvil y el caudaloso rio de sonidos que no viajan en el aire, pero retumban en cada poro, cual células parlantes.
Cada frágil estática suya es una canción, y mil canciones. Y el conjunto de todas no es ya banda sonora, sino sinfonía impensada, reina de espadas, filarmónica ocular.
Y es usted carcelero y reo por elección, Como quien intenta acallar las dos mil seis voces que se escuchan sin descanso. Como buscando en cada rincón de sus otros, el reflejo intacto de si mismo en una búsqueda nerviosa.
Entro en cada celda, a visitarla casa vez con más frecuencia. Me quedo el tiempo justo; las recorro, duelen, emocionan; me arrincono en las penumbras, me baño con luz, la toco sin tocarla, la huelo como un perro reconociendo a su amo, la persigo celda tras celda para verla igual y siempre distinta.
Y sin evitar obsesión, se vuelve rutina y costumbre. Y desde allí, necesidad y remedio. Sin pensar en contraindicaciones ni efectos secundarios, el lugar desconocido detrás de cada celda se va convirtiendo en polvo y distancia, en arena entre los dedos. Sin más, el pasillo desierto se vuelve hogar, lugar conocido, donde se puede gritar sin voz, llorar en seco.
-Estas ahí?
-No
-Me sentaré aquí a esperarte entonces.
sábado, octubre 14
viernes, octubre 6
wounds

Es como un tic. Como esas necesidades innecesarias. Raya con la obsesión, y mientras la moribunda razón se agita, se siente incómoda, muere de frio y se le queman los dedos, la repetición de ese número indeterminado de rutinas inexplicables se hace más trepidante.
A veces grita, pero se queda en un sonido sordo, su garganta seca ya no hiere.
Lo más difícil de esa agonía debiera ser la conciencia misma de estar en ella, y tener las manos congeladas y los pies llagados. Estar postrado, con los ojos bien abiertos, absorbiendo la imágen del verdugo: sonrisa monalisa, escogencia minuciosa del mortal instrumento, afilado cariñoso, con tanto amor como el que sale del corazón flechado tatuado en su brazo y que grita "Mamá".
Lo segundo más difícil; creer ver un espejo al mirar hacia el rostro descubierto del ejecutor. Y acto seguido oir crujir la puerta, agitarse la respiración, el hacha chirriar contra la piedra de afilar, los pasos aproximarse, el aire silbar en el impulso final, golpe seco que cae, fluir de liquidos vitales, suspiro redentor/condenador.
martes, octubre 3
Can´t swallow anymore
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